DEJE QUE SUBA LA FIEBRE.
Pero en el caso de las infecciones virales (que son la gran mayoría de los casos) actuar así es una tontería mayúscula. Ahora verá por qué.
Los virus entran generalmente en el cuerpo por la nariz o la boca. Penetran en una célula y se reproducen en su interior hasta que ésta queda totalmente repleta, ocupando su interior por millones.
Si en ese momento observara la célula en un microscopio electrónico, tendría la impresión de que está llena de celdillas de abejas. Se trata de los virus, que están tan juntos como las celdillas de un panal de miel. Colonizada por completo, la célula muere, explota y todos los virus salen y se dispersan. Cada uno entra en una célula sana y el ciclo vuelve a empezar.
Por lo tanto, la propagación del virus es muy rápida. Millones de células o incluso miles de millones pueden verse afectadas en pocas horas. Son tantas las que mueren que la persona no tarda en sufrir lesiones en los órganos. Le duelen las articulaciones, la cabeza, los músculos, la tripa, los oídos u otras zonas, según el caso.
Por suerte, el cuerpo no se queda sin actuar ante una invasión de virus.
Tan pronto como un virus penetra en una célula, ésta libera sustancias que hacen que se inflamen los vasos sanguíneos cercanos. La sangre circula con mayor lentitud y se acumula en el lugar de la infección, lo que permite a los glóbulos blancos (leucocitos), que están en la sangre, atravesar la pared de los vasos sanguíneos y unirse a la célula infectada. Esto ocurre porque los glóbulos blancos se ven atraídos por las sustancias quimiotácticas que libera la célula.
Por su parte, la persona percibe únicamente una inflamación, que se debe a la sangre al acumularse en la zona infectada, que hace que ésta se ponga roja, caliente y duela... Pero esto es una buena señal.
La inflamación es un mecanismo natural y espontáneo de defensa del organismo ante cualquier agresión. La célula infectada se encuentra rodeada de millones de glóbulos blancos. Son tan numerosos que bloquean la oxigenación. Al no poder efectuar la respiración metabólica, la célula fermenta y produce dióxido de carbono y ácido láctico, lo que crea una acidez en la célula que bloquea la reproducción de los virus. Asimismo, el catabolismo celular incrementa la temperatura local, lo que propicia la muerte de los virus.
Por supuesto, la célula también muere, pero la propagación del virus se detiene, que es más importante.
Al morir la célula lo hacen también los leucocitos, liberándose determinadas sustancias que, actuando sobre centros termoreguladores cerebrales, elevan la temperatura corporal, provocando así la fiebre. Esta temperatura corporal significativamente más elevada acaba por aniquilar todos los virus que han afectado al organismo, desapareciendo la infección a través de un mecanismo completamente natural.
Como ve, la estrategia de reacción del cuerpo es doble: por un lado aumenta la temperatura local, donde la célula enferma, y aumenta la temperatura general del cuerpo, que es la fiebre. Estas dos reacciones contribuyen a detener la infección viral.
Nuestros mayores siempre lo han sabido. Antaño, cuando alguien sufría una infección, se le metía bajo las mantas y se le hacía beber infusiones para que sudara y aumentara la temperatura.
Un ejemplo de hasta qué punto es eficaz la forma de reacción del organismo es que un virus tan peligroso como el de la poliomielitis, que provoca minusvalías de por vida, ve cómo disminuye su velocidad de reproducción en un 99 % cuando la temperatura pasa de los 38,5 a los 39 °C. (1)
Hay que decir que, antes de los años sesenta, un elevado número de niños era infectado por el virus de la poliomielitis. Entre el 90 y el 95% de las personas ni se daba cuenta, ya que sus defensas naturales eliminaban el virus antes incluso de haber provocado los síntomas de la enfermedad. Una minoría caían enfermos, pero la mayor parte sufría entonces una subida de fiebre que destruía el virus según el mecanismo antes descrito.
Sin embargo, si por desgracia alguien les hubiera dado en ese momento una aspirina para "bajarles la fiebre", entonces se habría desencadenado la catástrofe: el virus atacaba la médula espinal y provocaba la parálisis de las piernas.
Por eso, dar una simple aspirina, paracetamol o ibuprofeno a una persona infectada por un virus puede tener consecuencias desastrosas: al intentar bajar la inflamación y la fiebre se le da un gran impulso al virus. El organismo queda despojado de sus protecciones naturales y ya no cuenta con ningún medio para evitar la proliferación del virus y de la enfermedad.
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Este fenómeno se ha comprendido y se ha explicado científicamente desde la década de los sesenta, es decir, desde hace ya medio siglo. Si ni siquiera hoy se ha transmitido el mensaje lo suficiente, ¿cuándo se va hacer?
Vea el siguiente experimento: cogemos a dos grupos de conejos sanos. El primer grupo lo colocamos en una atmósfera a 20 °C, por lo que su temperatura es de 39 °C. A los del segundo grupo los ponemos a una atmósfera de 36 °C, lo que hace que su temperatura sea de 40 °C. Si en ese momento se inocula a los conejos de ambos grupos el virus de la mixomatosis, el 63 % de los del primer grupo de baja temperatura muere, frente a tan sólo el 30% que muere en el grupo de alta temperatura. Y eso no es todo: al inyectar a los conejos enfermos un producto que evita la fiebre (como la aspirina o el paracetamol), duplicamos el número de muertes. ¡Y esto se sabe desde hace cincuenta años! (2)
Además, como ha visto antes con el ejemplo de la polio, una sutil diferencia de temperatura (0,5 °C) puede implicar una enorme disminución de la velocidad de reproducción de los virus. Es la diferencia entre estar sano y enfermo y, en algunos casos, incluso entre la vida y la muerte.
Recuerde: eliminar la fiebre puede aumentar la velocidad de replicación de los virus hasta el punto de desbordar el sistema inmunitario.
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Aquí tiene un protocolo de "fiebreterapia" que puede utilizar para ayudar a su organismo a hacer frente de forma natural a las infecciones. No hay que usarlo si ya se tiene fiebre, si se está embarazada o si hay alguna contraindicación con la aplicación de calor.
Preparación: la fiebreterapia parece que sólo consiste en tomar un baño caliente, pero va mucho más lejos. Para que resulte eficaz, hay que seguir las instrucciones. Tenga a mano un termómetro, ropa absorbente (por ejemplo un albornoz de baño o un chándal). Elija el momento en el que pueda tener varias horas de tranquilidad por delante. Beba dos vasos de agua mineral y vaya bebiendo más agua durante y después del tratamiento. Prepare un baño de agua caliente.
Paso n.° 1: Entre en la bañera y vaya echando agua caliente hasta que alcance el umbral de temperatura que pueda soportar. Por lo tanto, tenga cuidado si lo prepara para otra persona, sobre todo para un niño (en este caso, y como precaución, puede bañarse con él).
Paso n.° 2: Tómese la temperatura mientras se está bañando, bajo la axila. Cuando alcance los 38,5 °C, cuente 20 minutos. Normalmente, ya habrá empezado a sudar mucho antes de llegar a esa temperatura. Beba agua mineral, pero no debe estar fría.
Paso n.° 3: Salga del baño una vez transcurridos los 20 minutos. Cuidado al salir, ya que a menudo se encuentra débil en ese momento. Séquese rápidamente, tápese la cabeza con una toalla y póngase el albornoz.
Paso n.° 4: Métase rápido en la cama antes de enfriarse. En ese momento debería tener tanto calor que sudará en abundancia, que es exactamente el objetivo que se persigue. Quédese tapado hasta el paso 5. Duerma si puede (de hecho, es lo mejor que puede hacer).
Paso n.° 5: Entre 45 minutos y dos horas más tarde, recuperará de modo natural su temperatura habitual. Antes de empezar a tener frío, quítese el albornoz húmedo. Intente no enfriarse. En este momento el tratamiento habrá llegado a su fin.
Puede volver a iniciar el ciclo varias veces y para casi todas las infecciones. Sin embargo, esta terapia es especialmente eficaz al inicio de la enfermedad.
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