9/12/2016
PORQUE
LA COMIDA PERDIO EL SABOR.
DR. CARLOS ARTURO ALLEN SISNIEGA.
Cuando
yo era pequeño los dulces sabían a fruta, se desayunaban huevos en todas sus
formas (no eran huevos de granja, sino uno creaba a las gallinas), en lugar de
refrescos, nos daban agua de sabores naturales de las frutas del tiempo.
Actualmente se usan aceites llamados comestibles, antiguamente se guisaba con
manteca de cerdo principalmente. La mantequilla la hacían en casa; actualmente a
aparecido la margarina, sustancia plástica que trato de servir para la engorda
de pavos y gansos, pero se morían. Así se opto por dárselo al hombre y lo mismo
con el frijol de soya.
Por qué
la comida ha perdido sabor y qué ocurre cuando dejas a los niños comer lo que
quieran.
Hasta
hace unas décadas, lo único que sabía a fresa era una fresa. Ahora las
estanterías del supermercado están repletas de productos que imitan su sabor,
desde yogures bebibles a galletas infantiles, desde barritas de cereales a
golosinas de animales.
¿Cuántas
fresas se utilizan para saborizar estos productos? En la mayoría de casos,
ninguna. Es todo un gran engaño químico.
Añadir
sabor artificialmente puede parecer algo inocente, pero encierra quizá una de
las claves de la obesidad creciente.
Comer
no es un acto racional de adquisición de nutrientes. Comemos por placer.
Estamos programados genéticamente para buscar sabor.
Existe
la idea de que todo lo que sabe bien nos sienta mal. Evolutivamente es una idea
absurda. La realidad es justo la contraria: lo que sabía bien nos hacía bien.
El sabor es el lenguaje de los alimentos, nos da información sobre su capacidad
de nutrición.
La
estrategia para prosperar en la naturaleza es sencilla: come lo que más te
guste. Y ahora viene el problema. Dos cambios en las últimas décadas han
desorientado completamente nuestro sentido natural del gusto:
La
comida real ha perdido sabor.
La
comida procesada ha ganado sabor.
Hoy
analizamos estas dos corrientes y vemos algunas recomendaciones para mejorar la
salud sin renunciar al sabor. Pero antes, exploremos por qué el sabor es el
mejor nutricionista.
¿Podemos
fiarnos de nuestro gusto?
Nuestro
sentido del gusto es un radar finamente calibrado para indicarnos cuáles son
los alimentos que debemos ingerir y cuáles evitar. El sabor es el resultado de
una compleja interacción entre nuestro cerebro, nuestro sentido del gusto, nuestro
olfato y las capacidades sensoriales de nuestro propio intestino. Algunos creen
que fiarse del gusto es rudimentario, cuando tenemos a tantos investigadores
calculando las cantidades diarias recomendadas de calorías y micronutrientes. Además actualmente se come por gula en lugar de uno o dos tacos, no son siete o más, porque estamos en competencia. Por lo regular el maiz actualmente es transgenico, ya que se usa para sacar alcohol para los carros y aceite para los vuelos espaciales.
Pero es
un error ignorar la enorme inteligencia nutricional que albergan nuestros
genes. Tras millones de años interactuando con nuestro entorno, nos hemos
convertido en estrategas químicos, especialistas en descifrar el lenguaje del
sabor. Veamos algunos ejemplos.
Muchos
marineros con escorbuto sentían el impulso de comer hierba fresca y fruta en
cuanto tocaban tierra. Milagrosamente se curaban en
pocos días. Gracias a esta observación se empezaron a llevar limones a bordo,
evitando el escorbuto en alta mar. Mucho antes de que se descubriera la
vitamina C nuestro cuerpo sabía que la necesitaba y dónde encontrarla.
No
buscamos únicamente calorías, sino nutrientes concretos. Los nutrientes
esenciales tienen sabores especiales. Esto garantiza una ingesta adecuada.
Distinguimos los sabores de aminoácidos, ácidos grasos y minerales y su
atracción varía según nuestro estado de nutrición.
Según
este estudio, más de 20 componentes que
contribuyen al sabor del tomate proceden de nutrientes esenciales. Lo que hace
al tomate beneficioso es lo mismo que lo hace delicioso. Si tu tomate no sabe a
nada, probablemente tampoco aporte mucha nutrición. El
sabor es un buen indicador de su valor nutricional.
¿Qué
ocurre si dejas a los niños comer lo que quieran?
Quizá
el mejor ejemplo de inteligencia nutricional innata viene de un antiguo estudio con niños que acababan de dejar
la leche materna. Durante 6 años se les dejó comer lo que quisieran, en
cualquier cantidad. Nunca habían estado expuestos a comidas procesadas ni
habían visto comer a los adultos, para evitar comportamientos por imitación
Después
de 6 años comiendo libremente, su salud era excelente. Todos crecieron
adecuadamente y no había ningún caso de sobrepeso. Uno de los médicos
supervisores los describió en un artículo del Journal of Pediatrics como
“Los mejores especímenes desde un punto de vista físico que conocía entre niños
de esa edad“.
Algunos
datos interesantes del estudio:
Los
niños no elegían lo más dulce, sino lo que su cuerpo necesitaba en cada
momento. Comían más proteína en los años de mayor
crecimiento, y más grasa o carbohidrato en los momentos de mayor
actividad física.
No
desayunaban leche con cereales. Cito literalmente del estudio: “Aunque cada
dieta era diferente, todas incluían múltiples alimentos, y en ninguna
predominaban los cereales y la leche, a pesar de ser lo que se considera
apropiado hoy“. Es decir, la leche con cereales no es una combinación natural,
sino el resultado de un marketing brutal, que ha convertido al desayuno en la peor comida del día.
Eran
creativos. Hacían mezclas “extrañas” pero nutritivas: un niño desayunaba hígado con jugo de naranja, otro
cenaba huevos con plátano y leche.
Sabían
usar la comida como medicina. Durante un brote de mononucleosis comieron más
hígado, zanahoria y remolacha. Uno de los niños sufría raquitismo (deficiencia
de vitamina D) al inicio del estudio. De
manera voluntaria tomó aceite de hígado de bacalao, hasta que se curó. Una vez
curado, dejó de tomarlo.
Por un
lado, este comportamiento es sorprendente. Por otro, es totalmente coherente.
Sería una desventaja evolutiva para cualquier especie carecer de mecanismos
precisos (como el sabor) que guíen a la mejor nutrición.
El
estudio es de los años 30, pero ya intuían cosas que hoy todavía se les escapan
a muchos especialistas. Así es como los investigadores explican el resultado:
“El truco (si le podemos llamar así) está en la lista de alimentos. Sin ningún
producto procesado, reproducimos en gran medida las condiciones bajo las que
viven muchas poblaciones primitivas alrededor del mundo, que siguen dietas hoy
validadas por la ciencia y con excelentes aportes nutritivos“.
Es un
estudio fascinante, pero con limitaciones importantes: No había grupo de
control ni un buen manejo estadístico de las más de 30.000 comidas registradas.
Por
motivos éticos sería imposible plantear un estudio similar hoy. Para validar
sus conclusiones debemos analizar estudios con animales y, curiosamente,
arrojan datos similares:
Las
ovejas seleccionan plantas con más contenido en los minerales donde son más
deficientes. Los monos prefieren las
partes de las plantas con más nutrientes. Ante una infección, el gusto de los
animales cambia para buscar alimentos que contengan defensas naturales contra
el invasor. Los animales saben auto
medicarse Los animales en libertad seleccionan una dieta variada, para ingerir
todos los nutrientes necesarios y evitar toxicidad por cualquiera de ellos Los
pájaros priorizan alimentos con mayor contenido en flavonoides Los terneros
cubren mejor sus necesidades nutricionales individuales cuando les dan opciones
en vez de un pienso convencional único.
Muchos
animales comen arcilla o tierra (geofagia) después de ingerir plantas con
toxinas. La arcilla absorbe parte de estas toxinas y facilita la digestión.
Este comportamiento también se aprecia en sociedades humanas, siendo
especialmente practicado por mujeres embarazadas. Toxinas inofensivas para un
adulto pueden ser letales para un feto. De hecho muchas mujeres experimentan
cambios importantes en su sentido del gusto durante el embarazo.
Conclusión:
ningún animal necesita guías nutricionales en la naturaleza. Los humanos
tampoco. Si el sabor ha sido nuestra guía ancestral de nutrición, ¿por qué hoy
es nuestra perdición? La razón es que se está perdiendo la relación entre sabor
y nutrición.
La
crisis del sabor (y los nutrientes)
Quedarse
sin comida ha sido un miedo recurrente de la humanidad. En 1798 Malthus
pronosticó que la población crecería mucho más rápido que la producción de alimentos.
En menos de un siglo, según sus cálculos, no habría suficientes alimentos para
todos, y se produciría la llamada catástrofe maltusiana.
Pero el
crecimiento espectacular de la cantidad ha tenido un precio: peor calidad.
La búsqueda
y manipulación de las distintas variedades se ha realizado en base a criterios
comerciales: rendimiento, tamaño, resistencia a plagas, facilidad de
transporte, duración y belleza en las estanterías. El sabor y la nutrición no
eran factores relevantes. Importaba más la estética que la dietética. Tomates
perfectos que no saben a nada.
Lo que
ganamos en calorías lo perdimos en nutrición. Los alimentos de hoy son más
pobres que los de nuestros abuelos. Tienen más tamaño pero menos sabor. Y como
vimos, el sabor está relacionado con la nutrición.
Múltiples
estudios; reflejan pérdida de nutrientes
en las últimas décadas para la mayoría de alimentos analizados: menos proteína,
calcio, potasio, hierro, riboflavina o vitamina C. Los tomates tienen la mitad
de calcio y vitamina A. Y lo mismo podemos decir de cereales como el trigo, cada vez menos nutritivo.
Biológicamente
hay una relación inversa entre rendimiento y nutrición. Las variedades salvajes de
alimentos tienen más polifenoles y antioxidantes que las cultivadas.
¿Con
qué reemplazamos los nutrientes perdidos? Básicamente con agua y almidón. El
carbohidrato y azúcar adicional compensa la pérdida de sabor real (nos engañan con el dulce), pero si nuestro cuerpo no
detecta suficientes nutrientes no calmará el hambre.
Todo
esto genera dos problemas:
Necesitamos
más calorías para obtener los mismos nutrientes. Sabemos que existe relación entre
obesidad y deficiencia de micronutrientes
y que añadir nutrientes combate el sobrepeso.
Estamos
cableados para buscar sabor. Si la comida real lo pierde, lo buscamos en otra
parte: en la comida procesada.
La
comida procesada ha ganado sabor
Hace
pocos siglos aprendimos a refinar y aislar algunos de los compuestos que más
nos atraen de los alimentos, como el azúcar. Pero esto fue solo el
principio.
El
verdadero problema empezó en los años 60. Tecnologías como la cromatografía
permitían identificar los misteriosos componentes químicos responsables del
sabor y el aroma de los alimentos. Una vez identificados, los empezamos a
añadir a todo tipo de productos procesados.
El
sabor pasó de las manos de la naturaleza a las manos del equipo de marketing de
las grandes empresas. La relación natural entre sabor y nutrición se destruyó.
El
sabor es la lengua materna de la naturaleza, es como los alimentos nos
comunican su valor. Pero la comida procesada nos miente:
El
sabor fresa en la naturaleza te lleva a una excelente mezcla de vitaminas,
minerales, antioxidantes, polifenoles, fibra y un poco de azúcar. Sin hablar de
miles de compuestos químicos identificados cuyo efecto en la salud aun
desconocemos.
El
sabor fresa en el supermercado te lleva a las barritas Kellogg’s All-Bran (y
similares), una desastrosa combinación de azúcar, harina, aceites vegetales,
vitaminas sintéticas y aditivos.
La
ciencia del sabor es muy compleja. El sabor umami nos atrae porque en la
naturaleza aparece asociado a aminoácidos esenciales. La industria lo simula con
glutamato monosódico. Antioxidantes como el glutatión aportan su propio sabor,
llamado kokumi, también copiado en el laboratorio.
En
resumen, tomamos los sabores que están desapareciendo en la naturaleza y los
añadimos en la fábrica. Los sabores que se han perdido en la zona de frutas y
verduras se encuentran ahora añadidos en los pasillos de productos procesados.
Pero hay una diferencia: la pérdida de sabor en la naturaleza refleja pérdida
de nutrición. Añadir sabor artificial no mejora el valor nutricional.
En este
entorno, nuestro finamente calibrado sentido del sabor no encuentra más que
confusión.
Recomendaciones
Antes
de pasar a las recomendaciones finales, resumo las ideas principales:
Estamos
programados genéticamente para buscar sabor.
En la
naturaleza hay una íntima relación entre nutrición y sabor.
Los
alimentos procesados destruyen esta relación, creando una enorme confusión en
nuestro sistema.
En las
últimas décadas ha habido una pérdida paulatina de sabor en los alimentos
frescos, haciendo todavía más atractivos los productos procesados.
Ninguna
recomendación oficial hace mención al sabor, el motivo principal por el que
comemos. Pero cualquier dieta que no aporte sabor terminará en decepción y será
descartada.
La
solución a esta triste situación involucra tanto a productores como consumidores,
las dos caras de la misma moneda.
El
modelo de producción debe considerar el sabor y la nutrición a la hora de
seleccionar nuevas variedades de frutas, verduras y animales. Las prácticas
intensivas actuales degradan además la calidad del suelo, reduciendo el valor
del alimento. No se trata necesariamente de volver a las semillas de siempre.
Podemos usar la tecnología para arreglar lo que la tecnología ha estropeado. Es
un debate interesante que dejamos para otro día.
Pero a
nivel individual, como consumidor, hay muchas cosas que puedes empezar a hacer
ya para mejorar tu salud:
Deja el
sabor en manos de la naturaleza. Prioriza la comida real de la mejor calidad
que puedas permitirte. Reduce el consumo de potenciadores de sabor, aromas,
saborizantes y colorantes.
Elige
alimentos con más densidad nutricional. En el caso de vegetales, por ejemplo,
la arúgula (o rúcula) es mucho más nutritiva que la lechuga (al ser más
parecida a su versión salvaje). En El Plan Revolucionario usamos la densidad nutricional
como uno de los criterios en la selección de los mejores alimentos.
Compra
proteínas animales de calidad. Nos hemos centrado en alimentos vegetales, pero
aplica exactamente lo mismo a animales. Las vacas alimentadas con pasto generan carne y lácteos más nutritivos.
Rehabilita
tu paladar. Si comes con frecuencia comida procesada, tu sentido del sabor no
es fiable. Debes reeducarlo poco a poco.
Con el tiempo te acostumbrarás a tomar el café sin azúcar (o con muy poca), te
encantará el chocolate 90% y la fruta te parecerá el mejor
postre. Lleva tiempo pero merece la pena. Un buen paladar es una inversión en
tu salud de largo plazo.
Ayuda a
tus hijos. El sabor empieza a formarse en el útero. Lo que come la madre
durante el embarazo condiciona los gustos del bebé
cuando sea adulto.
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